Caluga#66: REM

REM

Te estoy mirando dormir sobre el sofá, el sol de la tarde llega allí a esta hora. Estoy directamente sobre tu piel. Me gusta verte dormir desde muy cerca, voy recorriendo tus brazos, como siempre en la siesta, cruzados sobre el pecho. El sol ilumina tus vellos, los hace dorados, hace visibles los de tu mejilla. ¡Es tan lindo! Estás en la fase REM, ¡es tan divertido! En close-up te sobrevuelo, me acerco mucho, casi examinando cada poro, los movimientos de tus párpados cerrados me van contando en qué aventura estás, cómo vas viajando rápido, cómo vas pasando muy-muy rápido por diferentes parajes, zonas y hasta climas; selvas, desiertos, tristes trópicos, blancas playas desoladas del lugar donde naciste, calles despobladas, vertederos, estaciones, ramales, sin solución de continuidad, lluvias, arreboles, antárticas desguarnecidas; mares oscuros se abren debajo de tí, lo veo en el titilar de tus ojos cerrados, se transparentan a través de ese palmo de superficie, los giros drásticos de las subyacentes córneas, y sé que estás volando, que vas volando. Leo de cerca y atentamente en esa curvatura doble como si fuera una libretita abierta, los cultivos, los campos, y los manchones verdes que configuran los bosques de tu patria, leo las lagunas espejeantes, el serpentear de los intrincados azules ríos que vas viendo … que vas viendo acercarse hacia tí desde muy hondo: en el temblor de tus pestañas sin tizne, veo que sabes que estás flotando y que a la vez adivinas que estás cayendo, que vas cayendo. Ahora te toca pelear, estás peleando, vas peleando. Vas peleando muy fieramente, todo está claramente delineado en jeroglíficos, descrito en la tenue pulsación que parte desde tus cejas, y mismamente pulso yo entero al ver tu lucha ¡Quién te pudiera querer! Vas peleando con todas tus fuerzas, y observo distintamente cada folículo de tu rostro, aquellos vellos de puro sol, erizados; veo en los relámpagos horizontales y verticales de tus cubiertos globos, que estás peleando por salir. No: estás peleando para que te dejen salir. No, tampoco: en lo que verdaderamente estás, es, luchando con todas tus fuerzas y con toda tu acanelada indignación para que te saquen de ahí, la vibración está ahora en todo tu ser, lo sé, son tantas las veces, tantas las horas que he dedicado a verte dormir, por eso sé bien que la muda sacudida de tu brazo es en realidad un desmesurado, demencial revés del antebrazo contra el vidrio, que ese mínimo tecleo de aire que practican tus dedos, un atroz golpe, un arañazo ya sin uñas contra el mismo vidrio. Vives y luchas, vas atravesando muy velozmente diversos paisajes, y vas cayendo: el casi imperceptible ondular de tus labios, es quemante beso, abierto, salado y húmedo, inconmensurablemente final, que se da, recorriendo toda la extensión del semblante, el ligero tic de tus manos, es la larga, sinuosa, firme, enérgica y finalmente frenética caricia sobre la espalda de un no-sé-quién, el casi invisible arco dorsal, la leve elevación de las caderas, esa sombra de sonrisa, la sutil subida del mentón, aquel grandioso orgasmo.

Mi bella genio red/ drawing | Illustration
Mi bella genio red/ drawing | Illustration | ricardo castillo sandoval © 2020

Güeona, ¡qué mal! No duermo más siestas, no me sirve, si me duermo ya con la cabeza hecha un estropajo, despierto peor. De repente, iba bajando unas escaleras de mármol súper elegantes, estaba en una especie de palacio, imagínate el Taj Mahal más o menos, y yo iba vestida así, entre mi bella genio y un ayatollah, con velo y túnica –así son mis sueños, son como ver Drácula en las rocallosas, todo mezclado con todo–, bajaba por esas escaleras de mármol caminando seria y muy parada, a lo gran sacerdotisa, pero de repente estaba en la calle, iba a comprar, estaba en la feria, todo esto lo veía como mirando por la rendija del velo, y veía  a los mismos caseros de la feria de siempre, que igual me reconocían, y me decían las mismas leseras, “mi reina” aquí, “mi reina” allá, “ricos los melones…”, pero como yo andaba con velo, como que me sentía obligada a portarme diferente, ni una sonrisita les regalaba a los galanes de a peso, no les decía nada, nada de payasadas, me retiraba haciendo una venia que hasta a mí me daba risa en el sueño, y así de pesada seguí, hasta que se empezaron a enojar todos conmigo, y a mí me entró la paranoia, y no pasó mucho tiempo antes de que empezaran a tirarme fruta, lo que pillaban, pedazos de melón tuna y calameño, duraznos y damascos, cáscaras de granada y me gritaban también de todo, me subían y bajaban, “sácate esa güe’á de la cabeza”, y no sólo los hombres, también las mujeres de la feria me gritaban pesadeces y groserías, “oy la güe’ona loca”, “te creís la muerte maraca culiá”, y así fui saliendo, esquivando zancadillas y tirones, de la esa feria, apenas podía caminar con las bolsas llenas, muerta de calor y cuidando todo el tiempo de que no se me corriera el velo, con miedo de verdad de que se me viera algo al agacharme, super urgida, como en esas pesadillas que tenía en el liceo, cuando una se veía sentada en la sala de clases, y de repente se miraba y se daba cuenta que andaba en puros calzones, que se había hecho, o que se le veía una teta–, así mismo me sentí en plena calle, palpándome el cuerpo, para comprobar que sí andaba con ropa, y al palparme la cara y la frente, me pego el gran susto, porque había perdido el velo … y ahí casi me morí, así es que –adiós bolsas– me fui escurriendo, afeitando las murallas con la espalda, como si así pegándome a los bazares no me fuera a ver nadie, al mismo tiempo iba pensando “ojalá pueda llegar luego a palacio”, rogando que no me fuera a ver mi suegra así de suelta, en la calle, ni menos el …

Al doblar una esquina se apareció el adonis de la feria, ése del que te conté hace poco, el que vende las paltas más ricas y me tiene de regalona, el mismo pero en versión príncipe de persia, de turbante y con la botella de “mi bella genio” en la mano, haciéndome gestos con la tremenda cabeza primero, y después diciéndome “ya poh tonta güe’ona, si no tengo todo el día” recién ahí se me iluminó la ampolleta de que la gran idea era que yo me metiera en su güe’á de botella, entonces fue que sin mucho esfuerzo me transformé como quien hace “¡puff!” en una especie de humito blanco y después en un remolinito, y pude entrar fácil en la botella.

Y ahí pasé cien años, todo el tiempo diciendo, con todas las ganas de mi corazón, ‘al que me libere voy a hacer rico para siempre y toda la eternidad’, pero nada, pasó un siglo y ni un alma apareció para liberarme. Y así principió el siglo siguiente, el que pasé repitiéndome, ‘al gil que me libere, le voy a mostrar dónde están los tesoros que hay escondidos en toda la tierra’, pero igual ni un pelagatos se apareció, mira, así pasaron 400 años … Ahí ya dije ‘al que me saque de aquí le voy a conceder tres deseos’. Igual, todavía ni un ocioso pasó. Y claro, cómo no iba a estar cabreado, estaba curcuncho, hasta la coronilla, al rojo, y rejuré, que ahora al güe’ón que me libere, me lo cago … a todo reventar le voy a ofrecer que escoja la manera en que quiere que me lo cague’, así es que por eso, ya, vamos apurándonos, ‘escoja mi reina, escoja’, elige no más, cómo querís estirar la chala, tontito.

Caluga#66: “REM” en Calugas textuales.

  • “Calugas textuales”, Caluga#66: REM | 2010- © 2023 | ricardo castillo sandoval | This work is licensed under a Creative Commons License.

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