Caluga#71 Lady G

Lady G

Coincidíamos curiosamente, a la salida del departamento, muy seguido, en la ceremonia de bajar a botar la basura de empaquetamiento. No al bajar la basura orgánica, no al bajar a mirar el vacío atronador de la casilla de correo. Sólo cuando tocaba bajar cajas y plásticos desechables es que coincidíamos, bien a la entrada del departamento, o bien, frente los contenedores en el sótano del edificio.
Lady G y yo nos hacíamos venias circunspectas en un principio, pero lo desmesurado de la coincidencia en lo referido a bajar simultáneamente cierto tipo de desechos nos terminó acercando, más o menos rápidamente. Al fin y al cabo éramos dos mujeres solas, que aunque separadas por varios decenios de vida, se hermanaban en esto de tirar la basura de un determinado tipo, a la misma hora, en el mismo lugar, en el mismo planeta.

La primera vez que entré a su departamento fue después de uno de estos encuentros estipulados inapelablemente en la mente de dios desde el principio de los tiempos, frente al contenedor de basuras. Yo estaba esperando mi turno, observando entretanto su temeraria flacura, fijándome con plena libertad en su nuca, su corte de pelo casi infantil, recorriendo y admirando esos brazos, esas largas tiras musculares, examinando cuidadosamente esa piel milimétricamente surcada, aquel verdadero pergamino, que transparentaba azules, prominentes venas, sueño de cualquier enfermera. Bañada la escena por el frío halo mercurial, yo esperaba detrás, calladamente mi turno, hipnotizada por los inmortales brazos de Lady G, audazmente expuestos por el top de punto sin mangas, que usaba al parecer en todo momento o estación, embelesada por su enjuto aplomo.

Lady G seguía vaciando sus restos sin volverse, con tranquilidad, hasta pausadamente, sabiendo que yo sabía que ella sabía que yo estaría detrás esperando calladamente mi turno. Mientras depositaba las diferentes cajas, tomó de improviso un cartón de entre sus desechos y aún sin volverse me lo mostró por encima del hombro.

Lady G

– ¿Le gustaría probar? –preguntó con voz neutra. Era la caja de un Suntory–

“Oh don’t be creepy…” , pensé, al figurarme que quizás Lady G se fijaba en mis desperdicios.
Pero en vez de eso, dije, con un entusiasmo medio fingido:

– «Con mucho gusto, me han hablado maravillas de esa destilería … »

– «No te me pongas siútica, whisky es whisky», me interrumpió, mientras yo sentía arder en la cara, la plasta de rubor que me es tan fiel cuando enfrento situaciones algo cómicas.

Luego se volvió, me miró sonriente, con dientes probablemente propios, se hizo a un lado con una reverencia tenue y elegante –que me impresionó como de ex-diva del Bolshoi, y que me hizo sentir, por supuesto, chica, gorda y huasa. Entonces Lady G me dijo, entonando, lo que después supe, era su timbre más amable:

– Pase entonces cuando termine aquí –dijo al caminar hacia la escalera –si no le importa perder el tiempo con una vieja flaca y seca –añadió ya con el pie en el primer peldaño– .

«Estas me salen gratis, me las envía un ex de esos que no olvidan», puntualizó finalmente, y girando su melena con juvenil gesto, comenzó ágilmente a subir la escalera.

Caluga#71: “Lady G” en Calugas textuales.

  • “Calugas textuales”, Caluga#71: Lady G | 2010- © 2024 | ricardo castillo sandoval | This work is licensed under a Creative Commons License.

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