El amor de los curados

antecedentes sobre este texto

Sobre “El amor de los curados”

Este texto forma parte del material que vio la luz pública durante la recordada serie de hallazgos de pelotas (HDP) en Santiago a principios de los años 80. Entre marzo de 1981 y diciembre de 1983, documentos manuscritos de diversos autores desaparecidos fueron siendo encontrados escondidos dentro de pelotas de plástico, las que eran abandonadas por desconocidos, en canchas de tierra en diferentes puntos periféricos del Gran Santiago.

hdp
HDP

“El amor de los curados” fue parte de uno de los HDP más voluminosos, y se registró en la población Juan Antonio Ríos, el 16 agosto de 1982. El texto puede ser visto como un indicador de la virulencia que pudieron alcanzar los conflictos en el seno de grupos de actores intelectuales, en el lenguaje de la época “trabajadores de la cultura”, roces que resultan tanto más inevitables, cuanto que se trata a menudo de personalidades susceptibles y -por qué no decirlo- casi siempre centradas en un solo sujeto, el yo.

El manuscrito “El amor de los curados” se encuentra en dos versiones, una en prosa, y otra en la forma de poesía, la presente. Esta modalidad dual no es poco común en los documentos hallados en otras pelotas, como por ejemplo en “Mascando lauchas”, y parece haber sido parte de un esquema de producción o de práctica literaria.

Resulta de interés consignar, que la pelota que contenía los manuscritos, es de color rojo y como muchas de las otras encontradas, está abierta a cortaplumas. Particular es en este caso el número y la aparente violencia de las entradas de arma blanca sobre el plástico, que no tuvieron la función de abrir el balón: Se registran en total 37 punzadas, de las cuales 13 corresponderían a un arma blanca de hoja, 14 a un instrumento punzante cilíndrico (clavo o punzón), y las 10 restantes podrían atribuirse a un destornillador de cruz. Las últimas ya no eran necesarias.
¿Se puede hablar entonces de ensañamiento, o por el contrario, de la repartición ritual y a sangre fría de las responsabilidades entre varios hechores?. Los rastros de sangre encontrados se mantienen a resguardo, a la espera de un análisis de DNA a efectuarse una vez recaudados los fondos para financiar el costoso examen.

El amor de los curados

Llegó el punto en que empecé
a aburrirme de ese pebre
que se servía al pobre estudiante
en los restoranes macilentos
de la calle Ricardo Cumming
o más allá Agustinas abajo
creí o quise
venir ya de vuelta de la adoración a la vida bohemia
en bares céntricos
de idolatrar las charlas con intelectuales
sentado arriba de una jaba.

Entonces me sumergí,
convencido de haber ya mascado de más
toda esa banalidad prestigiada,
en una tibieza amarilla,
en un submundo personal
en un regreso a los placeres domésticos
combinados con un cuasi culto a la salud
en su calidad de divinidad imperfecta
pero perfectible.

El rigor de mi introspección de retirada
se tradujo en un orgullo mal disimulado
en expresiones de humildad
y me fue alejando de a poco
del entonces tan popular imperativo
de originalidad
de locura
de espontaneidad
de audacia.

Pero las formas exteriores de mi defección
se fueron cristalizando también
en ciertas maneras intransigentes,
que empezaron a manifestarse
con violencia apenas contenida,
en un sarcasmo lacerante,
dirigido de manera especial en contra
de antiguos compinches de recalcitrante fijación
en los aspectos exteriores
de un culto a una intelectualidad
disuelta en alcohol etílico
pasada por el cedazo de lana artesanal.

De este modo
sin privarme de los vapores equívocos
de lo que absurdamente denominé “un alcoholismo moderado”,
y sin sustraerme por completo de un apego subyacente
a determinadas actitudes superficiales
comencé
paulatinamente
a verme más ordenado.

No eran bien miradas las parkas,
y así desafiante,
empecé a hacer gala de este y otros tipos de prenda deportiva y
sumado a eso
el pelo cortado regular corto
me daba un logrado aspecto de guardia de seguridad
en día franco
y de ahí ya más abiertamente pasé a burlarme
de aquellos chaquetones de oso de color sucio
que ellos usaban
de los gorritos tejidos con lana de Chiloé
de las barbitas – de silvio rodríguez.

Naturalmente, no todo pudo ser miel sobre hojuelas
en esta renuncia inusitada a una secta que juzgaba decadente:
Mi impopularidad comenzó a aumentar tanto
cuanto que mejoraba mi aspecto juvenil y belicoso.

Irrecusablemente en este tren de acontecimientos
el vino tinto con frutillas
no pocas veces tocó con el lado negro de su vara
los corazones puros de algunos de estos sectarios
y ahí no pocas veces también,
ofrecieron pegarme;
uno que otro pontífice
me dictó encolerizado su charla ecológica
o muy a la mala buscaron humillarme
escupiendo mi cabeza desde balcones
o tirando chorritos de meado en mi pílsener.

La mayoría de las veces yo trataba de aplacar
–en vistas de la clara inferioridad numérica de mi facción–
estas actitudes vindicativas infantiles
con alguna concesión menor en el plano político
-plano en el cual distinguían muy pocos matices-,
dando gratis mi versión a capella del tango „Cambalache“
o falseando al compás de diferentes melodías
algunas de mis concepciones
acerca del amor, de la muerte, del zodíaco, de las parejas.

No he de negar que en otras ocasiones,
dueño de una mejor disposición de ánimo,
y/o con una más importante concentración de borgoña en la sangre
no cabía la MÍ-NI-MA transacción,
y mientras me sujetaban los brazos
gustaba de gritar febril pero calculadamente,
algunos arquetipos de reaccionarismo
con el objetivo preciso de llevar al paroxismo
la alteración en los espíritus de aquellos narcisos bacantes;
les gritaba entre otras cosas peores:

Pelucones flojos
Barbones hediondos
Antipatriotas
Enemigos de Chile
Cantautores
Judíos Indios cooperativistas
Maricones, jipis, ateos;
Poetas a medio maldecir,
Putas, les gritaba a las minas.

Tanto va el cántaro al agua

En una madrugada de los primeros días del mes de julio
plomos vientos me fueron a levantar las solapas,
porque en una de esas salí perdiendo:
Yo tendría que haber supuesto
que por ahí me tenían sangre en el ojo,
pero el copete solivianta y en una de esas
unos giles me pusieron de vuelta y media.
Desperté con la ropa llena de manchas de cal y de barro
a medio morir saltando
en San Pablo con Almirante Barroso
con veinticuatro pesos en el bolsillo.

24 pesos
24 pesos

La micro costaba veinte pesos y como me sobraban cuatro
le dije a un cabro que vendía sustancias a diez por diez pesos
si acaso eran a diez por diez pesos
entonces „era a peso la sustancia“.
„Sí, pero no se vende de a unidad“, dijo el tontón
y se bajó sobre la misma con admirable destreza.

Con un palmo de narices,
y bajo el convencimiento de que se me estaba negando
la sal y el agua,
decidí, un poco antes de quedarme dormido
(tanto por efecto de les golpes como por el abatimiento moral),
dejar crecer mi pelo nuevamente
distanciar mi renovado trato con el conde de Gillette
agregarme de nuevo al corso de la balada para un loco,
y en fin, adherir una vez más,
con el corazón en la mano,
a la moda del amor de los curados,
pegarme la goma de borrar en el codo
y empezar a tratar de alucinar de nuevo
con la Maga
y ponerme a esperar así por milésima vez
la aparición de alguna mujer de aquellas legendarias,
las que tienen la presencia de ánimo para escuchar
todas estas estupideces re-cerca de la oreja,
y que pueden responder igual o peor.

 

  • El amor de los curados. Manuscrito encontrado en una pelota de plástico, población Las Rejas, La Granja, Santiago de Chile, 16 de abril de 1981)
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