Mascando lauchas

antecedentes sobre este texto

Sobre “Mascando lauchas”

Este texto forma parte del material que vio la luz pública durante la recordada serie de hallazgos de pelotas (HDP) en Santiago a principios de los años 80.

Entre marzo de 1981 y diciembre de 1983, documentos manuscritos de diversos autores desaparecidos fueron siendo encontrados escondidos dentro de pelotas de plástico, las que eran abandonadas por desconocidos, en canchas de tierra en diferentes puntos periféricos del Gran Santiago.


hdp
HDP

“Mascando lauchas” fue parte del primer HDP, registrado en la población La Castrina, en marzo de 1981. Se encuentra en este texto una clara alusión al instrumento de la pelota de plástico para transmitir un mensaje. Esta referencia en el texto y el hecho de que fue este el primer hallazgo documentado, estarían indicando eventualmente una relación directa de este autor en particular con la idea de los HDP.

El manuscrito “Mascando lauchas” se encuentra en dos versiones, una en prosa, y otra en la forma de poesía, la presente. Entre los hallazgos de textos en pelotas de plástico, hay varios ejemplos de este tipo de composiciones duales. Algunas presentan el timbre “revisited”, generalmente sobre la versión en prosa. En algunos casos sin embargo, la versión “revisitada” es la en forma de verso. El timbre fue presumiblemente de fabricación casera, sobre la base de la mitad de una papa sacada en relieve y usando de colorante una simple solución de témpera, una técnica especial muy propagada en colegios y jardines infantiles en la década de los 60 y 70 en Santiago. Se presume que el autor o los autores pueden haber compartido esta forma como un ejercicio literario.

Mascando lauchas

¿Dónde quedaron esos perros
que me pedían comida hace menos de un año?

Aquellos que poco podían vivir
sin lo que caía de mi boca,
que no podían mear antes que yo les dijese dónde,
aquellos a los que enseñé a ladrar,
aquellos a los que con arreglo a eso
obligué a dejar de mascar lauchas?

Aquellos a los que enseñé a arreglarse el pelo
y a mover la cola sólo con buen justificativo?

Bueno, yo sé dónde quedaron.

Me desperté de la siesta sabiéndolo.
Un sueño amarillo
me puso en la oreja su cuña burdeos;
por soplo de un cabro chico, me cayó la teja:
¡A ellos se referían los canutos con eso de
„alma que escuchas“!

Más tarde, hallé en una pelota de plástico,
escrito a navaja
que silenciosos,
aprendieron detrás de mí a caminar sobre el agua,
y como los zancudos sutiles
las ciénagas verdosas que nos rodean
cruzaron a la mala,
sin salpicarse ni los soquetes.

Me dicen que hay un video
en donde aparecen bailando al otro lado,
bailando en tierra firme,
mostrando el marruecos abierto
como yo lo hacía
y cantando las canciones
de contenido genital,
que yo había compuesto para alegrarles.

Porque ellos antes no cantaban,
antes
daban alaridos en ironía sangrienta o en escritura automática.

En plena posesión de técnicas avanzadas ahora
grito y plata más allá de esta isla de barro,
someten mi persona y mis actitudes
a crueles infidelidades;
mi quehacer es corregido y aumentado
con notas que si bien son picarescas
nunca he reconocido como verídicas.

No deja de justificarse esta mala jugada.

Hoy en la mañana
mientras me limpiaba
con el dorso de la mano la nariz fría
y me miraba
el barro negro secar en las patas,
se me hizo manifiesto
¡claro!, yo fui uno de aquellos que,
– si bien nunca tuvo mala intención –
iba siempre tirando de los cables eléctricos
o pateando las bases de algunos postes,
logrando dejar a oscuras
la esencia de una personalidad peligrosa,
alegre
pero con luces azules de cálculo,
bien inspirada
pero algo histriónica.

Con hábiles maniobras accionaba mecanismos
que conocía en parte por oficio
en parte por intuición
que me procuraban el calor de los desprevenidos.

Clandestinamente me comía el manjar a cucharadas.
Tomaba y cantaba,
y detrás de mi amor de curado
había otro
que sonreía de las efusiones.

Nadie era capaz de penetrar
que yo vivía un invierno casi permanente
que me quemaba un fuego frío.

Porque veamos,
¿Quién supo que cuando desmalezaron,
cuando cortaron toda la zarzamora;
yo tuve que huir para buscar nuevas espinas
para poder de nuevo vivir detrás de ellas?

Pero eso es cuento.
Instruidos en mi alma de chupete helado,
lo que me importa es saber
– crean que es retórica o interés genuino –
¿Dónde quedaron esos queridos perros
que hace muchos años me pedían comida?

Les enseñé a cantar
y escucho ahora algo así como el murmullo
de mis violines desvirtuados,
y escucho después algo así como el fragor
de mis chuchadas mal echadas.

queridos quiltros

Las notas discordantes sacadas de mi ingenio pueril
las que los grillos dejan pasar en estas noches
me dicen
que les enseñé a cantar los cantos filudos
que ahora cantan con voces romas,
que les enseñé a ladrar
y que ahora están mascando lauchas.


“Mascando lauchas” (revisited) >>

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