Yo no soy el papá

I

Así son estos veranos concentrados de este paraje. Todo ocurre en una semana, un calor para el que nadie está preparado, para el cual no vale tampoco la pena prepararse.

Al abrir el tarro de la basura, se me fue a la cara un miríada de baby-moscas, y antes de que pudiera hacer algo, se repartieron por toda la casa.

Como tenía que salir, tuve que optar por dejar para más tarde el negro holocausto que se me vino a la mente en ese momento. Lo único que pude hacer fue lanzarle miradas prometedoras de odio y amenazar con el puño a los distintos enjambres que empezaron a organizarse en manchitas sobre mis paredes peladas.

Después en la noche, llegué tarde, y como me pasa tan seguido en estos últimos meses, sin ganas reales de matar a nadie.

II

La mañana está linda. Es veranito. Me he levantado sin dolor de cabeza, a pesar de haber cometido antes de acostarme, el error de abrir y tomar de esa botella de Martini –del dulce–, que me regalaron hace quizás un año, y que recibí con una gran sonrisa, pero con una cara mental con los dientes apretados que dice sin separar los labios te dije del – s-e-c-o ….

Las baby-moscas me acompañan entusiastas para todos lados durante la preparación del desayuno frugal, pan blanco con palta y café.

Una vez todo listo, veo –como siempre– cuando estoy ya sentado, que en la mesa falta algo, y me tengo que levantar un par de veces, para ir a la cocina, seguido siempre por las mini-moscas. Me están empezando a cabrear de verdad, así es que me pongo estricto y les digo, ya, ya, ya, ¡córtenla!, si yo no soy el papá.