Caluga#64:Notas desde el hueso …

Notas desde el hueso o un verano post mortem

Bastante después, me contaron mis amigos cómo contaban mis ex-amigos la forma en que me habría ido desmoronando. Contaron cómo me habría ido derrumbando en medio del sopor de ese verano, por partes, como en cámara lenta, como las torres, con los crédulos abiertos, bien abiertos, como siempre abiertos por la vida y en las catástrofes, los mismos crédulos abiertos, desmesuradamente tristes, de aquel búfalo, que alcanza a correr cien, doscientos metros, con las inapelables fauces del depredador cerradas sobre la garganta.

Me dijeron que contaban, que yo habría permanecido de pie, sólo moviendo los labios, como intentando hilvanar los acontecimientos, exhalando parciales descripciones: de mi mano ensangrentada todavía empuñando la espada corta, del sordo estruendo en la entera arena girando en torno a mi figura diminuta todavía erguida, del halo de estupefacción en los congestionados rostros de esa muchedumbre –entre estos me habría figurado distinguir el rostro de María, “bañado en lágrimas”–, del calor proveniente de los metales caldeados al sol, y de mi pierna derecha en el suelo. Y contaban que habrían leído de mis labios lívidos la frase en inglés “You don’t need to look: it’s just as you think, the leg is gone”.

Eso, dijeron mis amigos, era lo que contaban mis ex-amigos que habrían presenciado, y por eso lo escribo, para no olvidarlo, pero para poder dejar de recordarlo, y para poder saber que acaso alguien del mundo habrá de saberlo.

verano post mortem
verano post mortem

Me contaron que contaban que yo no sentía el piso de la cocina. Pero que aún así, sabía que estaba de pie en la cocina (mal equipada) de una casa particular, envuelto en la luz mortecina de un refrigerador abierto, que mostraba un panorama de mala distribución, y de abandono, pintados en una palta abierta ennegrecida, en la mitad opaca de un tomate, en las manchas de leche seca, en la soledad infinita de las esquirlas de chocolate negro por los rincones. Sabía asimismo, que lo que sostenía entre mis manos era una ensaladera, que contenía una de esas mezclas irrepetibles, como lo son siempre las mezclas de restos, y sabía que mi posición de pie frente a ese artefacto abierto contemplando perecibles diseminados en un campo de batalla concluida, tenía algo que ver con esa ensalada. Pero no sabía qué, y no sentía el piso, y no estaba seguro de estar en mi cocina: el abedul que acostumbraba divisarse desde ese punto de referencia, parecía pasar a intervalos frente a la ventana en una órbita irregular en torno a una cocina hipotética, aislada en medio de un manglar. Yo lo podía seguir sólo con los ojos, sin mover la cabeza.

Cuánto tiempo exactamente estuve ahí con el arma inútil empuñada, nadie lo supo, lo sabe ni lo sabrá decir. Habrá durado lo que duró el estupor de la galería, estupor que se propagó en ondas calientes, desde el centro del corte, como rumor, hasta el corazón de mis co-luchadores, pasando a través del corazón de las fieras presentes, del de las hermanas almas esclavas, para alcanzar el fuero interno de todas las graderías, en ondas, desde el centro del golpe hasta los palcos, subiendo hasta las galerías, para rebotar enseguida sobre los murallones exteriores, volviéndose ahí fragor, bajando de vuelta hacia el centro de la herida para alzarse allí como clamor.

Y dicen mis mejores amigos, que contaban mis peores amigos, que yo habría creído divisar, en esto de seguir el período irregular del árbol, antes de caer, en el reflejo de una superficie, sobre el piso de un pasillo en semi-penumbras, un teléfono destrozado y esparcido en varias partes, que habría, con ojos propios, visto manos ajenas –o viceversa– cortando vegetales, que habría entonces recordado que lo que buscaba era, limones, pan y sal.

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  • “Calugas textuales”, Caluga#64: Notas desde el hueso o un verano post mortem | 2010- © 2024 | ricardo castillo sandoval | This work is licensed under a Creative Commons License.

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