Debía irme

antecedentes sobre este texto

Debía irme

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HDP

Este texto forma parte del material que vio la luz pública durante la recordada serie de hallazgos de pelotas (HDP) en Santiago a principios de los años 80. Entre marzo de 1981 y diciembre de 1983, documentos manuscritos de diversos autores desaparecidos fueron siendo encontrados escondidos dentro de pelotas de plástico, las que eran abandonadas por desconocidos, en canchas de tierra en diferentes puntos periféricos del Gran Santiago.

El hallazgo del presente texto tuvo lugar en la población Santa Julia, Macul, Santiago de Chile, 04 de septiembre de 1982.


Debía irme. Se han formulado suposiciones que tienden a vincular los contenidos de una parte del material publicado de forma tan especial, con textos de canciones de popularidad variable. En el caso particular del manuscrito “Debía irme”, se señala que presentaría paralelos con el contenido del tema “Should I Stay or Should I Go”, de la agrupación inglesa “The Clash” (ska-punk).

Debía irme

¿Hacia dónde se encaminaba mi vida?
¿Debería resolver a mi favor o en mi contra?
¿Debería cortarme el cabello?
¿Debería adoptar la dieta de los siete cereales?
¿Debería atender el lagrimear de depresiones ajenas?
¿Insistiría en cantar en el tono de Argentino Ledesma?
¿Sería preciso seguir sufriendo?
¿Podría ser inteligente la actitud de dejarse aplastar
„manu militari“
por una mina de malas pulgas?
¿Podría de algún modo controlar las salidas dobles
de una personalidad que estaba acabando
con la confianza de mis amistades?

¿Acaso debía irme?

Estas y otras preguntas de similar trascendencia
me daban duro en la cabeza sin cesar
y configuraban en mí aquel aspecto sombrío
de los enfermos de jaquecas crónicas:
Rematado de gris abrigo recorría el centro
como una imagen fugada desde Berlín, 1942;
y cuando me metía las manos en los bolsillos
caminando entre Santa Rosa y San Francisco,
las sentía mojarse de fría sangre;
acompañada de timbales escuchaba
dentro de mi propia cabeza
un murmullo de canciones cantadas por putas francesas
en la segunda guerra
y de fondo la repetición insistente
de una recriminación hecha por mi padre
en agosto de 1986
acerca de la cantidad de porotitos de colores
a ser repartidos entre mis queridos hermanos.

No habiendo aprendido nunca bien a fumar
y considerándome „delicado de los bronquios“
aspiraba “Gitanes”
como un auto-castigo
para flagelarme por mis tendencias aniquiladoras
a encariñarme con el tesón de pequeñas vidas
¡en moribundos gatitos!

Pero también
para tratar de liberarme
de una voz profunda que en un idioma desconocido
se encargaba todas las nochos de gritarme „Desgraciado“,
introducida por la fanática obertura
de un coro de griegas trágicas
que cantaban
„¡ándate a la cresta!, ¡ándate a la cresta!“.

¿Acaso debía irme?

Como sumido en una especie de fango verde
y parcialmente cubierta mi piel
por colonias de diminutos crustáceos,
me sentía,
al verme en la obligación de alternar
con personas relativamente bien vestidas
que buscaban mi compañía y me ofrecían finos tragos:
Percibiendo mi propia entidad
parecida a la de un „piure“
gritaba mentalmente a todo lo que daba
disparates de película para alejar a los inocentes
de la nociva influencia de mi piel insalubre,
no siendo capaz, a juzgar por los resultados
de alejar permanente o aunque fuera por un rato
ni a los compadres ni a las minas.

Pyura Chilensis
Pyura Chilensis

Este fracaso profundo disfrazado de éxito
era lo que yo llevaba a cuestas
a cada minuto con mayor grado de dificultad
porque de reojo era capaz de percibir
cómo desaparecía bajo mi grato auspicio
el rubor de toda rosa que me veía obligado a besuquear
el frescor de toda bebida que me conminaban a chupetear
la armonía de toda música que me ponían a escuchar
el gusto de todo vino que quisiese lamer.

Y prefería pagar con sencillo,
y correrme mejor por el pasillo
un poco más allá,
a roer un pan amasado, a comerme las uñas,
convenciéndome que esta dieta maldita
era la responsable de mi acidez estomacal,
y así se sumaba en apoyo de la idea de mandarme cambiar
la necesidad de limitar drásticamente mis gastos
en medicamentos gastrointestinales de uso común.

Cuando me sentía más presionado me iba al baño
y con cara de circunstancias
me miraba al espejo para extraerme puntos negros,
y me preguntaba:

¿Acaso debía irme?

Con la cabeza a dos manos permanecía a veces
sentado en la tapa del water horas corridas;
muchas veces desperté helado
„veinticicinco minutos para las tres de la madrugada
en radio Colo-Colo”

en una sincera búsqueda de una melodía de orden
para mi orquesta roja
maestra de la nota discordante y el ritmo pueril
llena vanguardismos bigoteados y pisco del malo.

Inerme en una tina llena de un agua
que había empezado a helarse hacía cincuenta minutos,
un gélido viento me entró un día en la otitis
y enseñando azules dientes me dijo
que si me quedaba tendría problemas
y si me iba,
los tendría „por partida doble“.

Estilando agüa por todos lados
redacté a lápiz labial una agitada nota explicativa
que adherí por humedad a la superficie del espejo,
en la que detallaba,
que mis transtornos digestivos y respiratorios
precisaban de un cuidado especial
bajo condiciones climáticas determinadas
que no se daban en este punto del globo,
y que además necesitaba de una alimentación exclusiva
a base de cereales.

Asi establecí que „debía irme“
para no alterar con mis disturbios de origen nervioso
otras personalidades más generosas,
aunque yo sabía
que si me quedaba seguiría teniendo problemas
pero si me iba,
los tendría „por partida doble“.-

should I stay or should I go
should I stay or should I go

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